jueves, 24 de abril de 2014

En los tiempos en que los días no sumaban meses al calendario. Y los hombres apenas formaban pequeños cuerpos homínidos morenos de pieles gruesas Y pies grandes. Sus manos eran huesudas. Menudos, delgados y bajos. Los cuerpos de los hombres de ese entonces eran más pequeños que los de los mamíferos depredadores de ese entonces. Los humanos no eran la raza dominante por el contrario eran las presas de hienas, simios, leones y otros mamíferos no menos peligrosos y voraces actualmente. Esta historia habla de esos tiempos los tiempos en que el lenguaje era un misterio de sonidos y señas, en la que ya se podía marchar hacia el entendimiento del ser y que las canciones de las tribus rezaban y conjuraban a los hombres a dioses no descritos nunca antes, para ser protegidos de las bestias. En la meseta del Sudan donde hoy encontramos a Etiopia, una vasta zona de tierra árida, limitada por el Sudan. Kenia y Somalia. Vivió una tribu de hombres cazadores y nómadas que recorrían el territorio en círculos, sin dejar la zona. Estos Abisinios eran merodeados por las bestias que los hacían sus presas. Esta raza de hombres no podían cazar mamíferos grandes cazaban solo roedores y pequeñas aves pero el proceso de aprendizaje ya era sin embargo en estos hombres una relación hablada de la que se hacía cargo el chamán. El hombre santo de la tribu. En esos días los hombres salían a cazar y las mujeres se hacían cargo de la recolección de frutos silvestres no cultivados. De manera sostenible; El hombre no era el depredador de hoy. Pero en las noches la tribu buscaba refugio entre las zonas rocosas. Trataba de defenderse de los grandes depredadores y realizaban esquemas de defensa elaborados con guardias y formaciones de turnos. Los nómadas cambiaban periódicamente de lugar de campamento para no atraer las bestias y su furia. Esta estrategia les era muy exitosa. Y fue de mucha ayuda por muchas generaciones. La tribu creció y creció hasta alcanzar una población de unos doscientos o más hombres aproximadamente. Esta población tardo unas decenas de décadas para llegar a tener un número de hombres, mujeres y niño tan numeroso. Y digo numerosa en la proporción en que eran cazados todas las nuches las bestias cobraban dos víctimas como mínimo. Pero cierta temporada, llegó del norte pasando por el cruce de lo que hoy se conoce como el canal de Suez, y llegando hasta el sur, esa área donde comunica Oriente Medio con África y separa el Mar rojo del Mar Mediterráneo, una manada de Leones salvajes árabes que si bien eran un poco menos voluptuosos que los leones africanos, eran mucho más voraces y tenían un sistema de caza mucho más efectivo que las bestias africanas. Además las manadas africanas reconocían la tribu de hombres como moradores de la zona y se alimentaban de ellos solo en situaciones extremas por lo regular las hienas y los Chitas eran quienes hacían más meya dentro de la mortalidad de dicha tribu. El nivel de vida era muy bajo y las perspectivas de longevidad eran escasas. Dentro de la tribu existía un hombre. No era cazador, tampoco el jefe guerrero. El era el hombre sabio de la tribu era el brujo quien decidía que formación debían seguir en las noches y prácticamente quien decidía acerca de quién debía morir. Dicho de esta forma decidía quien iba a morir y quién no. Estos leones árabes superaban en número las manadas africanas que se caracterizaban por tener cada una un número de machos adultos inferior a la docena. Los extranjeros tenían hasta veinte leones adultos, y una docena de leonas, sin contar con unos quince cachorros. Casi medio centenar de bestias hambrientas llegaban a ser casi el veinticinco por ciento de la población de humanos y el doble de voracidad por individuo. Había un león Líder, de tamaño gigante, que no se desgastaba en las cacerías de hombres. Con sus rugidos ensordecedores dirigía la caza de hombres. En las noches sus rugidos eran la tortura de la tribu. Lo llamaron “Raa” pues ese era el sonido de sus rugidos penetrantes y estremecedores. Su melena era dorada como el sol, su sola cabeza equivalía a la masa corporal total de uno de estos etíopes. Se paseaba por el frente de la tribu y los miraba rugiendo estrepitosamente, los hombres se abrazaban entre si. La bestia volvía a su lugar dentro de la manada, se echaba en el pasto seco sin quitarles los ojos de encima. El viejo sabio se dio cuenta de que la tribu había llegado a su exterminio. En las noches los guerreros sobrevivientes abatidos por las luchas nocturnas no podían cazar y los sobrevivientes algunos quedaban heridos. La tribu sitiada por esa manada árabe no dejaba que las mujeres salieran a recolectar alimentos y el agua escaseaba. Empezaron una travesía bordeando el rio Nilo hacia el norte. Sin darse cuenta llegaron a Egipto pero para entonces la manada árabe de leones y el hambre ya habían cobrado el setenta por ciento de las vidas de aquella tribu de humanos que una vez fue el prospecto de un poblado. Los habían seguido desde Etiopia.” Raa” y su manada no dejaba de seguirlos para cobrar las victimas nocturnas. Encontraron un rebaño de indefensos humanos. Para cuando llegaron a lo que hoy se conoce como el Sakkara en Egipto, se encontraron ya apenas media docena de hombres, un niño de tan solo diez años y siete mujeres y el sabio. Quince personas en total. En esa ciudad fueron recibidos como extraños y animales. La civilización del Nuevo Egipto (como se llamaba por ese entonces). Una bienvenida hostil, la gente vestían túnicas de algodón, algunas personas que vestían pañales, similares a los que usaban los desafortunados etíopes, pero más limpios, cargaban camillas donde otros eran cargados cómodamente. Fueron tratados como esclavos que se fugaron de algún reino lejano, o de Alejandría tal vez se murmuraba. Su idioma tampoco era entendible para aquellas gentes. Pronto fueron rodeados por guardias armados con espadas. Trataban de interrogarles. El chamán este brujo dio un paso al frente y les hizo señas para hacerles entender que eran perseguidos por las bestias. Los egipcios eran personas cultas, con una estratificación social definida. Y Estos Abisinios eran simples esclavos su vida no valía más que para trabajar en las construcción de la gran pirámide que construía el emperador. Ajenaton. Jenatón llegó al trono con el mismo nombre de nacimiento que su padre: transcrito que en el antiguo idioma egipcio significa «Amón está satisfecho» o «hágase la voluntad de Amón»), tras cuatro o cinco años de reinado, cambió el nombre de por el de Ajenaton. Este era su cuarto año de reinado. La gente en la ciudad hablaba de las maravillas del Rey y de su joven esposa Nefritis la magnífica. Alababan la familia real en las calles. Los ciudadanos eran inspirados por esa devoción al joven rey y su esposa. Pero por esos días de verano y sofocante calor los extranjeros fueron el tema en todas las casas, despachos de gobierno, y en las calles. Venían del sur trayendo un sol infernal, sucios, mal trechos. Con la lengua confundida por los demonios de Set. ( dios de la muerte). De inmediato los sacerdotes dieron la orden de ejecución. No servían ni para esclavos. Así que si los dioses los habían escogido para carne de leones, los egipcios cumplirían sus designios y fueron conducidos al palacio para ser arrojados a las bestias. Este no era un sacrificio cualquiera. Los dioses, Set (la muerte), Tefmut (la leona), Hor (El halcón), Osiris (el gran juez), Upuaut (el perro negro), fueron invocados uno a uno mientras que los etíopes veían con gran horror como venía la muerte mientras eran poseídos por las deidades que los sacerdotes invocaban con solemnidad mortal. Solo dos de los etíopes no fueron poseídos por los dioses egipcios. Nuestro sabio brujo, quien ya entendía algo del idioma egipcio, y el niño de diez años que llevaban consigo. Era el único joven sobreviviente de la tribu, y también el hijo de guerrero más fuerte del pueblo Etíope; muerto en una de las tantas avanzadas de las bestias. Fue muerto por el gran león líder y la única vez que intervino en la cacería de humanos el gran Raa. Poseídos, asfixiados por el humo narcótico de los perfumes he inciensos de la ceremonia, uno a uno fueron lanzados al foso de los leones mientras el Gran brujo entono sus cantos y hechizos. Cuando venían por el anciano miraba de frente a sus verdugos y estos para no perder tiempo esquivaban la mirada indignada del pequeño heredero etíope y del anciano. Sacaban a otro de los adultos y obligaban a saltar con las puntas de sus lanzas. El rey Ajenaton vigilaba la ceremonia pues de ello dependía la fertilidad, y la salud de su pueblo. Ajenaton era un hombre místico que creía profundamente en las deidades y estaba consiente de que de dicho sacrificio dependía la prosperidad del imperio. El ritual de Tanathos había resultado perturbador al punto que los gritos, los lamentos humanos, el canto incesante del brujo, los sollozos del niño heredero etíope, el chasquido de las fauces de los leones, y sus rugidos daban vueltas en la cabeza del joven Ajenaton. Detengan todo alzo su mano cuando los guardias del templo ya sacaban a empujones al Niño heredero. Los sacerdotes escandalizados le gritaban al emperador y este rápidamente bajo de su trono en mármol con incrustaciones de oro arrebató la lanza de uno de los guardias y tiró al foso al sumo sacerdote. Los demás sacerdotes se enmudecieron. Ajenaton con un gesto magnánimo rescató de la muerte a estos dos etíopes. Y cogiendo al muchacho llamó al anciano para que se acercara miro dentro de sus ojos y vio la gran bestia rugiendo todavía e su memoria. En el memoria del sabio brujo. Mandó a que los asearan y que los dispusieran para una entrevista. Una vez en el castillo del Rey fueron citados. Nefertitis llamo al joven y con maternal gesto lo condujo al fuera del castillo para presentarlo con sus nuevos tutores y educadores. Por otro lado el sabio fue presentado con los grandes consejeros reales, fue llamado un intérprete para que tradujera al sabio y Ajenaton escuchó atentamente al Brujo. Se hicieron las preguntas preliminares. De donde venían y quienes eran realmente. El brujo le contó todo su odisea a través del desierto y describió al león árabe líder de su manada:- Es un dios humanado, transfigurado en la metamosis de un león terrible de proporciones gigantes cuyo cráneo y melena es más grande que el más fuerte de nuestros hombres el padre del joven a quien usted magnánimamente salvo la vida. – Todos en palacio escuchaban y el traductor seguía atento el relato”. Nuestro sabio brujo continuo: Esta bestia que os describo es el asesino perfecto, en las noches con sus rugidos se presenta en todo la llanura, y en el dia se presenta en frente de nosotros tomándolo todo para si solo con su presencia. Entendimos que si nos quedábamos inmóviles seriamos aniquilados por el gran león. Luego en medio de nuestra travesía nos siguió, ensañado con nuestra sangre arrebato la vida uno a uno de nuestra gente y logro escribir en el destino de todos, La muerte. Como usted puede darse cuenta. Pues luego de haberlo perdido, nuestra gente fue devorada de todos modos por nuestras bestias. Las suyas. Tengo presente a ese gran león todavía y lo más contradictorio es que admiro a la bestia. Los cantos sacrificiales entonados en el altar de sacrificios de hoy. Ajenaton quedó tan impresionado que consulto con los astrónomos y sabios si un león podía alcanzar cierta conciencia. Había sido penetrado por la presencia de la bestia sin proponérselo, había sido poseído. Y dígame usted-dijo el emperador-como se llama esta bestia- el anciano se le quedó mirando… sin sobresaltos ni preámbulos dijo “RAA”. y es el único dios que conozco en vida. Ajenaton guardó silencio. Dos días, caminaba solemne por los pasillos del palacio callado preocupado aunque había salvado a los dos extraños tenía la idea en la mente de que era un momento espiritual importante para su pueblo el sabio brujo le había confiado el remedio contra la lepra, la rabia, el carate de piel, el mal de ojo, la peste la infertilidad, y le dio el antibiótico primigenio la miel. La sabiduría del médico brujo pronto ganó la confianza del joven rey y se convirtió en su consultor de confianza. Medicina, política estrategias de guerra y religión el erudito etíope acaparó todas las áreas del pensamiento que regían las preocupaciones del emperador del universo. Regresó al cabo de tres días a entrevistarse con el sabio. -Mire usted-confesó el emperador- espero que todo esto sea verdad buen hombre. Desde hoy ordenare una reforma a todo nivel de nuestro país. Desde ese momento Egipto cambio sus dioses. Y el universo conoció el monoteísmo el único dios de todas las cosas era Raa el dios hecho bestia. El gran león de Arabia rugía con fuerza en el corazón del pueblo egipcio. El joven Guerrero regreso lleno de conocimientos y tesoros a Etiopia donde conoció mujer y la desposo y esta historia paso de generación en generación haciendo parte de la herencia hablada del pueblo etíope y su casta dio como frutos al rey Salomón. Desde ese instante La bandera de Etiopia tiene un león como insignia.

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